14.10.06

Reflejada en sus ojos


Desde que era muy joven, pensó que la suerte la había abandonado, y entre decadencias venidas a menos, rumores de voces fugitivas, y algún que otro amor que creyó poseer, pero que nunca poseyó se había venido abajo.

Hace años que veía la vida pasar por las ventanas, una vida triste y agónica, de la que pensó que nunca se repondría. No salía, no disfrutaba, se encerraba en su propio mundo y veía la vida pasar…

Su mascota un gato. Su fiel compañero de desventuras, digo desventuras porque ella siempre lo contaba así, siempre su mala suerte, siempre su sin vivir, un fiel compañero que al contrario de lo que llegó a oír de los gatos, le daba cariño.

Su vida, primero a través del teléfono y luego a través de aquella máquina cuadriculada que se conectaba a internet. Allí le conoció.

Desde aquel día Marina me llamaba casi de a diario, me contaba, ya, aventuras que vivía en su propia imaginación, producidas por unas letras que incluso había veces que eran sangrantes. Todo lo vivía, de todo disfrutaba. Se levantaba con el café ya en una mano y en la otra el cigarrillo que una vez mas le pondría amarillos los dedos dispuesta a vivir un ratillo mas de emoción.

El día que le conoció me volvió a llamar, me contó mil maravillas y cualidades y dones y virtudes de alguien que había conocido en un chat. Yo no podía creer lo que escuchaba. Pero a ella la hacía tan feliz…. Por una vez, desde que éramos niñas algo la llenaba de vida, aunque esta vez también provenía de detrás de un cristal.

Día a día íbamos viviendo juntas emociones extendidas por los dedos… ella me contaba, y yo sólo, incrédula sabía escuchar.

Me asusté y a la vez me alegré de escuchar esa noticia, el día que me contó que se conocerían. Por fin después de 9 años, saldría a la calle. Asustada me ofrecí a acompañarla en su última aventura pero rotundamente se negó. Me quedé esperando el relato de su historia.

Habían quedado en la cafetería del número 23 de Gran Vía, ella llevaría el pelo recogido y chaqueta negra con el cuello blanco, inmaculado, por fuera, el sin embargo llevaría vaqueros desgastados y chaqueta a juego. Todo un rebelde, se imaginó Marina.

He de reconocer que estuve tentada de ir a mirar tras los cristales.¿Qué tipo de encuentro era ese? ¿Qué tipo de chico sería él? ¿ Y si la pasaba algo? ¿Y si enfermaba después de estar tanto tiempo encerrada en sus sesenta y cinco metros cuadrados? No podía más que esperar.

Paso toda la tarde y el teléfono no sonaba, pasó incluso la noche y el maldito teléfono mudo. Me desperté inquieta por la mañana con el presentimiento de que algo pasaba. Pero después de tanto tiempo, igual Marina, no es que hubiera conocido el amor, pero igual sí el sexo…

Todo el día siguiente mi estado de nerviosismo fue en aumento. Y,¿a quién podía contárselo? Yo era la única amiga que la quedaba, la única que la supe escuchar calladamente cuando ella gritaba en silencio y desde sus adentros. La única que permanecí.

Nada. No había noticias.

Después de dos días sin saber nada, sin que me llamara, sin que me contestara al teléfono y después de llenarla el contestador automático de mensajes, ya, de auxilio, fui a la policía.

Una historia más de internet, fue lo que aquello supuso para ellos, y claro, como Marina ya por ese entonces contaba con 30 años, pues no podían hacer nada mas que darse un par de paseos por la ciudad con una foto desgastada, la última que me dejó tomarla, por si la localizaban.

Fui a su casa, aunque tenía una copia de las llaves, nunca la había utilizado, porque nunca había surgido una emergencia, su vida había sido monótona. Pero la emergencia, desgraciadamente, se había presentado.

Nada. Otra vez nada.

Ni un ruido, ni una señal de vida, ni un cigarrillo en los ceniceros, ni un rayo de luz que entrara por las ventanas, su ropa en el armario, su gato hambriento, y su ordenador apagado.

Lo encendí buscando información de aquel chico con el que iba a encontrarse aquella famosa tarde en el 23 de Gran Vía. La contraseña TRISTESOL. Y otra vez nada…

Ni un rastro de Mario, o PINFLOY que se hacía llamar, ni una foto, ni una dirección de correo, solo miles de logs en su carpeta de temporales de un chat en el que entré preguntando por ellos dos. Nada. Nadie sabía nada. Ni un rastro, nadie le conocía a él, y nadie conocía a Marina, por lo menos por ese nombre.

Recorrí su ordenador de arriba abajo intentando descifrar lo que estaba pasando. Encontré esto:

“Querida amiga Nuria, sé que lo estarás pasando mal, sé que si estas leyendo esto es que lo he hecho. He desaparecido. Me fui…

No te preguntes donde estoy o si estoy viva. No merezco la pena. Solo he intentado salir de un pozo en el que me estaba sumergiendo durante mi cautiverio voluntario. Ahora esté donde esté soy feliz. Ni siquiera te preguntes si estoy viva o he llegado a cometer alguna locura. No merezco la pena.

Y bueno… ya que me pongo, hazle un huequecito a Zari en tu casa y en tu corazón, será el único recuerdo que te quede de mí aparte de mis ya cansadas paranoias.

Siempre te querré.”

Han pasado ya tres años desde aquello. No pude evitar preguntarme si estaría viva o muerta. Aún sigo preguntándomelo. Y cuando miro a los ojos de Zari, veo a Marina reflejada en ellos…..

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