21.10.06

Te perdono


Te perdono, te perdono porque a veces al mirar en el espejo haces que vea solamente el exterior, porque sin querer me has sembrado de rencores y sensaciones añejas, sinsabores amargos y realidad pintada de medias realidades.

Hoy quiero perdonarte porque me he dado cuenta de quien eres en realidad y qué es lo que pintas en mi vida.

No se como he podido defenderte tanto tiempo, no se como has logrado engañarme a mi y al resto casi la mitad de media vida y seguir, ahí, en el anonimato, como si no existieras. Ahora me doy cuenta porque no te veía. Creía que eras yo.

Hoy quisiera despedirte y regalarte un Adiós profundo y hondo. Quisiera despedirme en voz bajita pues los gritos son tu parte, no la mía.

Y para que no te vayas triste me gustaría dedicarte la mejor de mis sonrisas y regalarte una parte de mi paz. Hoy quiero no volver a verte, ahora que te reconozco.

Esta despedida no es amarga, no te he cogido cariño después de lo que me has estado haciendo. Y se que te dolerá, y volverás a ratos y a horas, para intentar volver dentro de mi, a mi casa, a mi cama, a mi vida.

Poco a poco vas a salir de mi vida. Y como el novio que se siente engañado que vuelve y se resiste a ir, tú volverás. Y llamarás a mi puerta, y algún día te abriré, al menos al principio, pero vete pensando que va a llegar el día que te encontraras la puerta de mi paz cerrada. Y que ese día tendrás que coger tu petate y nunca más regresar.

De verdad que te perdono, y prometo que no te guardo rencor, pero por favor cuando recojas tus cosas, no te olvides en mi casa de tu rabia, de tus rencores, de tus soberbias de tus envidias, de tus malos pensamientos, de tu desconfianza. No te olvides de tus celos, ni siquiera te olvides de llevarte las esperanzas que has depositado en los demás. Ya me encargo de tejer las mías propias. Ya no quiero nada de ti que no haya pasado antes por el filtro de mi belleza.

Así que ahora y en esta despedida, voy a permitir que se me salga una sonrisa, mi última sonrisa por y para ti. Porque a partir de ahora, a partir de hoy, hoy que te reconozco cada vez que te vea aparecer por mi vida estaré atenta a tus movimientos no sea que me pilles en un renuncio y vuelvas a instalarte en la cama que habitabas en la habitación que ocupo yo ahora, la principal, la que siempre debió ser mía y que por fin recupero a día de hoy.

Esto es un Adiós así que procura no volver a mi Mª José

Mariajo

14.10.06

Reflejada en sus ojos


Desde que era muy joven, pensó que la suerte la había abandonado, y entre decadencias venidas a menos, rumores de voces fugitivas, y algún que otro amor que creyó poseer, pero que nunca poseyó se había venido abajo.

Hace años que veía la vida pasar por las ventanas, una vida triste y agónica, de la que pensó que nunca se repondría. No salía, no disfrutaba, se encerraba en su propio mundo y veía la vida pasar…

Su mascota un gato. Su fiel compañero de desventuras, digo desventuras porque ella siempre lo contaba así, siempre su mala suerte, siempre su sin vivir, un fiel compañero que al contrario de lo que llegó a oír de los gatos, le daba cariño.

Su vida, primero a través del teléfono y luego a través de aquella máquina cuadriculada que se conectaba a internet. Allí le conoció.

Desde aquel día Marina me llamaba casi de a diario, me contaba, ya, aventuras que vivía en su propia imaginación, producidas por unas letras que incluso había veces que eran sangrantes. Todo lo vivía, de todo disfrutaba. Se levantaba con el café ya en una mano y en la otra el cigarrillo que una vez mas le pondría amarillos los dedos dispuesta a vivir un ratillo mas de emoción.

El día que le conoció me volvió a llamar, me contó mil maravillas y cualidades y dones y virtudes de alguien que había conocido en un chat. Yo no podía creer lo que escuchaba. Pero a ella la hacía tan feliz…. Por una vez, desde que éramos niñas algo la llenaba de vida, aunque esta vez también provenía de detrás de un cristal.

Día a día íbamos viviendo juntas emociones extendidas por los dedos… ella me contaba, y yo sólo, incrédula sabía escuchar.

Me asusté y a la vez me alegré de escuchar esa noticia, el día que me contó que se conocerían. Por fin después de 9 años, saldría a la calle. Asustada me ofrecí a acompañarla en su última aventura pero rotundamente se negó. Me quedé esperando el relato de su historia.

Habían quedado en la cafetería del número 23 de Gran Vía, ella llevaría el pelo recogido y chaqueta negra con el cuello blanco, inmaculado, por fuera, el sin embargo llevaría vaqueros desgastados y chaqueta a juego. Todo un rebelde, se imaginó Marina.

He de reconocer que estuve tentada de ir a mirar tras los cristales.¿Qué tipo de encuentro era ese? ¿Qué tipo de chico sería él? ¿ Y si la pasaba algo? ¿Y si enfermaba después de estar tanto tiempo encerrada en sus sesenta y cinco metros cuadrados? No podía más que esperar.

Paso toda la tarde y el teléfono no sonaba, pasó incluso la noche y el maldito teléfono mudo. Me desperté inquieta por la mañana con el presentimiento de que algo pasaba. Pero después de tanto tiempo, igual Marina, no es que hubiera conocido el amor, pero igual sí el sexo…

Todo el día siguiente mi estado de nerviosismo fue en aumento. Y,¿a quién podía contárselo? Yo era la única amiga que la quedaba, la única que la supe escuchar calladamente cuando ella gritaba en silencio y desde sus adentros. La única que permanecí.

Nada. No había noticias.

Después de dos días sin saber nada, sin que me llamara, sin que me contestara al teléfono y después de llenarla el contestador automático de mensajes, ya, de auxilio, fui a la policía.

Una historia más de internet, fue lo que aquello supuso para ellos, y claro, como Marina ya por ese entonces contaba con 30 años, pues no podían hacer nada mas que darse un par de paseos por la ciudad con una foto desgastada, la última que me dejó tomarla, por si la localizaban.

Fui a su casa, aunque tenía una copia de las llaves, nunca la había utilizado, porque nunca había surgido una emergencia, su vida había sido monótona. Pero la emergencia, desgraciadamente, se había presentado.

Nada. Otra vez nada.

Ni un ruido, ni una señal de vida, ni un cigarrillo en los ceniceros, ni un rayo de luz que entrara por las ventanas, su ropa en el armario, su gato hambriento, y su ordenador apagado.

Lo encendí buscando información de aquel chico con el que iba a encontrarse aquella famosa tarde en el 23 de Gran Vía. La contraseña TRISTESOL. Y otra vez nada…

Ni un rastro de Mario, o PINFLOY que se hacía llamar, ni una foto, ni una dirección de correo, solo miles de logs en su carpeta de temporales de un chat en el que entré preguntando por ellos dos. Nada. Nadie sabía nada. Ni un rastro, nadie le conocía a él, y nadie conocía a Marina, por lo menos por ese nombre.

Recorrí su ordenador de arriba abajo intentando descifrar lo que estaba pasando. Encontré esto:

“Querida amiga Nuria, sé que lo estarás pasando mal, sé que si estas leyendo esto es que lo he hecho. He desaparecido. Me fui…

No te preguntes donde estoy o si estoy viva. No merezco la pena. Solo he intentado salir de un pozo en el que me estaba sumergiendo durante mi cautiverio voluntario. Ahora esté donde esté soy feliz. Ni siquiera te preguntes si estoy viva o he llegado a cometer alguna locura. No merezco la pena.

Y bueno… ya que me pongo, hazle un huequecito a Zari en tu casa y en tu corazón, será el único recuerdo que te quede de mí aparte de mis ya cansadas paranoias.

Siempre te querré.”

Han pasado ya tres años desde aquello. No pude evitar preguntarme si estaría viva o muerta. Aún sigo preguntándomelo. Y cuando miro a los ojos de Zari, veo a Marina reflejada en ellos…..