16-9-2006
Y voy viendo como tu piel envejece al mismo tiempo que tus huesos, voy
viendo como se te degenera el cuerpo y me duele.
Voy ensanchando el corazón para ti.
Vivo, he vivido y viviré soñando
tus pasos sigilosos, al principio no se oían, luego se convirtieron en ruido
metálico que me desvelaba incluso cuando tu dormías la siesta después de comer
y ahora todavía en la lejanía me parece oírte llamándome para que te ayude a
sentarte en esa maldita silla de ruedas.
Casi treinta años han
pasado ya desde la noticia ¿verdad? Toda una vida que diría el poeta. Toda una
vida, pasaría contigo…
Me has visto crecer, me
has visto llorar, me has inculcado valores que ni siquiera he sabido reconocer
hasta que no los he tenido frente a mi, has visto como mi rebeldía me podía y
sin hacer nada has dejado que yo misma me fuera dando cuenta de mis propios
errores, me has visto sufrir por amor, sonreír también por ello, me has visto
ser impulsiva, y un buen día me viste salir con la maleta cargada de esperanzas
que poquito a poco, aunque no sean las mismas que yo soñaba se van realizando.
A su vez, yo también he
mirado, y también he visto. He visto un corazón que envidio, cuando te miro veo
la paz, la calma, veo tu corazón reflejado en tu cara, en tus manos que
destiñen figuras en las curvas de tus dedos, he visto como poco a poco ibas
perdiendo la fuerza para dejar que fuéramos nosotros los que la hiciéramos por
ti. He visto tus lágrimas. He sentido tu dolor y poco a poco lo he hecho mío.
Hemos pasado muchas cosas
juntas, cosas tuyas más que mías. Pero ¿sabes? Estoy segura de que eso es lo
que te hace ser más especial que ninguna otra madre. Porque yo no hubiera
elegido tener una madre con la que ahora pudiera pasear de la mano, yo no
hubiera querido tener otro corazón como madre, porque entre tu resignación se
esconde tu corazón entero. Con ese no ha podido. Con tu corazón no ha podido
nadie. Ni medicamentos, ni hospitales, ni médicos, ni operaciones, ni anestesias,
ni enfermeras, ni camas eléctricas, ni sillas de ruedas, ni tan siquiera pudo
con él aquella amenaza hacia nosotros de llamar a la policía por abandono
¿verdad? Tu sabías que nadie te había abandonado. Que estábamos ahí, que
siempre estuvimos, y que siempre estaremos.
Y pierdo el culo, mientras escribo esto que tanto me duele
escribir, por una sola llamada tuya, o de quien sea diciendo que has vuelto a
recaer, o quizá… nunca te levantaste, ¿verdad?
Yo siempre pensé que
volverías a caminar, de verdad que hubiera apostado mi propio corazón por ello,
pero poquito a poco se van perdiendo las esperanzas, y nos vamos resignando, y
no será porque no hayamos luchado por ello.