6.3.08


Bajo este silbido que me penetra para pensar en ti detengo el mundo, y me muevo despacito, no se me caiga el silencio a los pies y empiecen de nuevo los ecos y las voces.

¡Escucha! ¿No lo oyes? Late tu corazón tan fuerte por mí que hasta me ruborizas. Y yo a cambio te detengo el mundo, a cambio de ese latido entrego mis sentimientos y te amo y me duele de lo que te amo, y a cambio de tu latido me ofrezco sin más y todo lo que te entrego me sabe a poco, a cambio de lo que tengo yo solo quiero escuchar ese latido una vez más.

¿Sigues sin oírlo? Entonces entiendo que no escuches a veces mis silencios, a veces entiendo que no escuches lo que a voces te estoy pidiendo. Y aunque siento y padezco la enfermedad de mi misma, de este absurdo ego, entiendo que no veas cómo me siento.

Y vuelvo a caer en lo mismo, y siento como si muero. A ratos me envalentono, a ratos ya no me quiero. Lo que nunca, nunca cambia es lo mucho que te quiero. Y a ratos sé que me quieres, y a ratos se que te quiero, pero este maldito cerebro me mata los sentimientos. Y me vuelve vulnerable, y me seca los alientos, y se ceba con mi alma, con mi quietud, con mis anhelos. Mata mis esperanzas, pisa todos mis sueños, vive y espera agazapado esperando su momento, en el que sale rabioso y puesto, descansado de mi sueño, fuerte e impenetrable, incesante y más eterno.

La música hoy no acompaña, ha despertado a aquel genio, el que dormía en su camita, el genio… ¡ay, aquel genio!.

Salía de su guarida, constructivo y en silencio, y se paseaba por mi mente, por mi casa y mis cuadernos, y dejaba derramados lágrimas, risas y mas silencio.

Tu lo llamaste “musa” , pero se quedó sin argumentos, y ahora a veces revive, como si solo hubiera sido un cuento, en el que había una vez un hada que desvelaba encuentros, y que un día rompió su varita, lo requería el momento. Y eran y son felices, los pipiolos de este cuento, pero a veces la princesita necesita volar al cielo, donde una hoja se tiñe de blanco para darle color al suelo, y lluevan letras de colores, y brillen lágrimas de alegría, y se enciendas velas de bronce… y se tiña de azul su melancolía.

¡Aquellos tiempos no fueron mejores!

Así que si ves que a veces delirio, pellízcame cuando acabe.